A los actores se les exige de todo. Deben aprender largos párrafos de memoria, soportar tórridas sesiones bajo los focos, plegarse a las estúpidas manías del director, desnudarse si así lo exige el guión, sentirse los culpables de la mayor parte de las tomas desechables... En fin, una lata. Pero, a cambio, son los únicos que disfrutan del raro privilegio de ser quienes son y quienes no son. Eso los convierte en vistosos camaleones. Aquí vemos a algunos de nuestros chicos reconvertidos en todo tipo de seres fascinantes.
sábado, 23 de julio de 2011
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