lunes, 11 de mayo de 2009

Recordando a Sally

El pasado jueves vivíamos una tarde emotiva en el Cinematógrafo. Como sabéis, la programación de este mes está dedicada a la memoria de nuestra compañera Sally, que hace poco nos dejó. Su hijo Nacho había preparado un escrito, que se encargó de leer Emilio Velasco, y que a todos nos tocó muy adentro. Lo transcribimos a continuación, para los que no tuvieron la ocasión de acompañarnos ese día.




En recuerdo.

Nuestra madre, Sally, se ausentaba cada viernes por la noche. Nos decía adiós muchachos, dejando la cena lista, y se iba a un lugar en el mundo llamado Cinematógrafo, que, como niños, no teníamos idea alguna de lo que era.

Un día me invitó a acompañarla. Al abrir los ojos, una sala pequeña, de butacas incómodas y llena de gente seria y extraña. En las primeras escenas un delgaducho con gorra no dejaba de caminar a paso firme por el desierto y se empeñaba en no hablar durante muchos minutos del film. Tras el impacto me fui enganchando hasta un climax casi final, donde el protagonista cuenta un monólogo, oculto tras un espejo camuflado, a una mujer en un prostíbulo. Como sabréis ya, mi madre me hizo su primer gran regalo en forma de París-Texas, y siempre que pude yo también intenté escaparme cada viernes a ver esas pelís extrañas.

El que en su homenaje se emita un ciclo antinazi no puede sorprender a nadie que la conozca. Quizá ella ahora nos pediría mejor alguna película cómica, para decir adios, tristeza y que la recordemos tal y como era, en las butacas más alejadas junto a sus amigos Pepe y Dori riendo con sonoras carcajadas.

Entre los lugares comunes de Sally, los valores éticos, la creencia religiosa, la amistad, la familia, la enseñanza y la sensibilidad artística fueron sus pilares.

Los valores éticos son el patrimonio tangible que ha dejado como tesoro a su familia. La libertad y la lucha para conseguirla, la honradez, la honestidad, la bondad,… estaban a su lado. Sin aspavientos ni superficialidades, de modo natural.

Su fe religiosa creció de modo proporcional a su enfermedad, como un clavo al que agarrarse. Aunque pueda sorprender, fue una mujer creyente, de la iglesia de los olvidados y los abandonados, al estilo que le hizo ver y entender su amiga Isabel San Juan, una monja muy especial, que junto a la matanza de Ruanda entre hutus y tutsis, compara la lucha en La Atunara en esos años temibles de droga y desesperanza.

La amistad la necesitaba, era su motor de vida y de dosis de historias mínimas. Para ella tener contacto, de la forma y frecuencia que fuera, con sus amigas en particular, le era vital. La familia le dio fuerzas para no doblegarse y resistir. La llegada de Nachito ha sido el elixir que le regaló un último año, donde ha sido enormemente feliz rodeada de los suyos. La enseñanza, su profesión, la amaba. Sus antiguos alumnos y alumnas pueden dar fe de ello y de cómo era la “señorita” Sally.

Su sensibilidad artística tenía su máximo exponente en su amor por el cine, el teatro y la literatura. Cuando iba a Madrid, igual veía dos películas seguidas por la tarde, después de haber ido al Reina Sofía por la mañana, y así día tras día en jornadas interminables. Los viernes de cineclub podía faltar cualquiera a la proyección pero Sally nunca, porque lo necesitaba. Durante estos años bárbaros el cine fue su mejor amigo.

Igual que cualquier amante de la cultura y el buen gusto, asistió a contemplar, con vértigo y sin perdón, verdaderos encuentros en la tercera fase del pueblo, dando la bienvenida a un Mr. Marshall de pantalones tobilleros, autonombrado como graduado, eso sí, y de referente de “droga y ruina” pasamos a ser “la ciudad de la alegría”. De la noche al día, con la invasión de los ladrones de cuerpos, la city fue “limpiada” hasta lo impoluto; amparada por un cielo protector de ultraseguridad, por una Policía formada en la resolución de conflictos y el diálogo al más puro estilo bobby inglés; no volvimos a ver un solo mendigo más, y, sobre todo, se fomentaron los valores que más nos importan, los asociados a la cultura, el deporte y la educación. Tuvimos una tele de verdad, municipal, con periodistas titulados que siempre nos dedicaban una sonrisa en la boca (todos creíamos que eran actores y actrices por lo bien que lo hacían) y la gente del pueblo también lo pasaba genial, ya sea en el Rocio, Fería,... Todo el mundo era feliz, ya no había pobres, ni drogadictos ni gente mala.

La cultura, lo que nos une, alcanzó cotas nunca vistas. Para apoyarnos, el hombre que nunca existió, tras un arrebato, nos invitó a abandonar la mansión encantada del pintor y la modelo, para mudarnos a un pequeño apartamento rodeado de aulas turbulentas. Además, nos regalaron un espejo donde mirarnos, otro cineclub, pero esta vez del pueblo, gratuito. Así, con competencia, se nos jodió el monopolio y nos espabilamos, hicimos talleres de cine e incluso cortos de buena calidad, a los que por desgracia Sally ya no podía acudir. Se limitaba a ver en casa el canal Cinemateka a todas horas, y a aprenderse de memoria cada película. Antes, eso sí, en agradecimiento, ella y los demás cinéfilos y gente de malas influencias salimos a celebrarlo a la calle disfrazados con carteles de cine.

De Sally, uno de los rasgos de los que más nos enorgullecemos fue su valentía. Nunca tuvo temor a expresar su opinión, sin pelos en la lengua, y hay diversidad de opiniones en si decía las cosas sin pensar o directamente, a quemarropa, pensaba muy bien lo que decía. Se extrañan a personas así cuando tras el hundimiento de las libertades básicas por los otros, los neofascistas al nuevo estilo berlusconiano, y a imagen y semejanza del Torrente más marbellí, el pueblo permanece bajo el silencio de los corderos.

Una anécdota final, tras la que pensaréis “así era Sally” y esta es la huella que nos deja. Iba con su amiga V. a la peluquería de su amigo C. cuando por la escalera del portal bajaba el hombre que nunca existió y otro señor. Estos no correspondieron, como esperaban ellas de semejantes caballeros, con un puro toque y estilo “Arturo Fernández”, a las dos damas, dejándolas subir primero y apartándose, sino que bajaron antes con la mala educación consecuente. Ante esto, Sally le dice así sin cortarse a V.: “¿Este qué, no va disfrazado de nazi hoy?”. V. se pone blanca, y luego roja, no puede parar de reírse. Como respuesta, el ínclito le dice a su acompañante: “Apunta el nombre de estas dos que se van a enterar”. Para ambas la amenaza fue el complemento ideal para el relato del encuentro a todas sus amigas y amigos y las consiguientes sonrisas durante muchos días. A mujeres que han sufrido los 400 golpes del franquismo más gris y patético como auténticas flores rotas, una fantasmada así causa el mismo efecto que si proviniera del Peter Sellers entrañable de El guateque, ¿no creéis?.

Uno de sus hijos, recordando al poeta, la recuerda con un “hoy es siempre todavía”. El otro, recordando al guerrillero con un “hasta la victoria siempre”. Vosotros recordadla junto a una frase cualquiera de las películas que ella amó. Seguro que, donde esté, su interés prioritario será, rompiendo los protocolos, el conocer y dialogar con James Dean, Humphrey Bogart, Jack Lemmon o Paul Newman.

Gracias a Cinematógrafo en el exilio.

Buenas noches y buena suerte.

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